JESÚS MURIÓ POR
TODOS (C.B.)
Jesús
entró en Jerusalén el Domingo de
Ramos montado en un borriquillo, la gente salía a las calles por donde
pasaba saludándole con ramos de olivos y ramas de palmeras con gritos y cantos
de alegría. Esto molestó mucho a los Sumos Sacerdotes del Templo, que veían en
Jesús una seria amenaza para su poder sobre el pueblo, que prefería escuchar
las enseñanzas de Jesús de Nazaret, al que ellos consideraban “el hijo de José
el carpintero”, que las suyas.
El lunes Santo, Jesús, va con sus
discípulos a rezar al templo y se enfada al descubrir que la entrada al Templo
es un auténtico mercado: vendedores de animales para los sacrificios, cambistas
de monedas… Destroza los puestos, libera a los animales, esparce las monedas,
echa a latigazos a los mercaderes… Enfada tanto a los Sumos Sacerdotes que
éstos deciden que Jesús debe morir y empiezan a tramar un plan para poder
detenerlo, pero estando a solas, para que la gente no pudiera ayudarle.
Judas
Iscariote creía que Jesús era el Mesías enviado por Dios, pero creía que iba a
organizar un ejército y una revuelta contra los romanos para expulsarlos de
Israel. Cuando se dio cuenta de que Jesús no iba a hacerlo, pensó que él debía
provocarlo: le denunciaría y cuando le detuvieran, la gente que le seguía, le
quería y creía en Él, se levantaría contra los romanos y les expulsarían de
Israel. Y eso es lo que hizo. Fue a hablar con los Sumos Sacerdotes para
decirles dónde y cuándo podrían detener a Jesús.
LA PASIÓN Y
MUERTE DE JESÚS
El Jueves Santo, Jesús, recibió a
sus discípulos lavándoles los pies, tarea que era de sirvientes y esclavos,
para enseñarles que el que quiera ser el primero, deberá ser el sirviente de
los hermanos.
Después celebró la Última Cena, en la que les dio el pan, convertido en su
Cuerpo, y el vino, convertido en su sangre.
Y les dejó
el Mandamiento del Amor: Amaos unos a otros como yo os he amado.
Tras la
cena, Jesús y sus discípulos, fueron a rezar al huerto de los Olivos. Y hasta
allí llevó Judas a los soldados del Templo para que arrestaran a Jesús y lo
llevaran ante las autoridades.
Primero
le juzgó el Sanedrín, el tribunal judío formado por los sacerdotes del Templo y
los ancianos, que le condenaron a muerte. Pero como quien únicamente podía
condenar a muerte eran las autoridades romanas, le llevaron ante el gobernador
romano Poncio Pilato.
Pilato no le encontró culpable y le mandó al
palacio de Herodes para que le juzgara, pero Herodes no quiso saber nada y se
lo devolvió a Pilato que, presionado y amenazado por los Sumos Sacerdotes,
ordenó que le azotasen y cargara con la cruz hasta el monte Gólgota o de la
Calavera, donde sería crucificado hasta morir.
Jesús
murió en sólo tres horas, perdonando a los que le estaban matando, dijo: “Padre,
perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Dando un fuerte grito dijo: “Padre,
en tus manos encomiendo mi espíritu” y murió.
Al
morir se produjo un terremoto y el velo del Templo se partió de parte a parte.
Dios no quería estar encerrado en la parte más sagrada del Templo, quería vivir
en medio de su pueblo.
Al tercer día de morir, Dios resucitó a Jesús. Las
mujeres se acercaron el domingo de madrugada hasta el sepulcro para embalsamar
el cuerpo de Jesús, pero se encontraron el sepulcro abierto y vacío.
Jesús había
vencido a la muerte.
Las
mujeres corrieron a decírselo a los apóstoles, pero éstos, no las creyeron.
Pedro y Juan corrieron hasta el sepulcro y lo encontraron como las mujeres se
lo habían dicho.
LUGARES DE LA
PASIÓN
CUARESMA
Para
prepararnos para celebrar la pasión, muerte y resurrección de Jesús, los
cristianos vivimos un tiempo litúrgico llamado Cuaresma. Dura los 40 días
anteriores a la Semana Santa. Comienza el miércoles de Ceniza y termina con la
celebración del Jueves Santo. Es un tiempo de penitencia y su color es el
morado.
LA SEMANA SANTA
EN LA POESÍA
En
Semana Santa, sobre todo en el recorrido de las procesiones, se cantan unas
canciones hechas sólo para este tiempo y para cantárselas a las imágenes que
salen en ellas al Cristo y a la Virgen.
Estas
canciones se llaman saetas, que son
oraciones en forma de cante flamenco.
Un gran
poeta español, llamado Antonio Machado, escribió una llamada, precisamente, “La
Saeta” y otro gran cantante, llamado Joan Manuel Serrat, la puso música y la
convirtió en canción:
LAS PROCESIONES
En la
mayoría de los pueblos y ciudades de España, durante Semana Santa, hermandades,
cofradías y parroquias, sacan a las calles imágenes de Jesús y de la Virgen,
con diferentes escenas que ocurrieron en Jerusalén: El lavatorio de los pies,
la Última Cena, la Oración en el Huerto, el Prendimiento, el Juicio, Jesús
cargando con la cruz, crucificado, la Virgen Dolorosa… Van acompañadas de
penitentes con cirios, bandas de música…
Tienen
un origen muy antiguo y en ellas participan miles de personas para recordar y
revivir las últimas horas de vida de Jesús.
Estas
procesiones también se celebran en muchos pueblos y ciudades de Hispanoamérica
y en Filipinas.
ENTRADA TRIUNFAL DE JESÚS EN
JERUSALÉN:
EL SACRIFICIO
DE LA NUEVA
ALIANZA:
EL PROCESO
CONTRA JESÚS:
LA CRUCIFIXIÓN
DE JESÚS:
HA RESUCITADO:
MARANATHA:
JESÚS SE APARECE A LOS APÓSTOLES
SAN DAMIÁN DE
MOLOKAI
Se
llamaba José de Veuster, pero todos le conocemos como el Padre Damián de
Molokai. Nació el 3 de enero de 1840, en Tremeloo, Bélgica. Lo han llamado
"el leproso voluntario", porque con tal de poder atender a los
leprosos que estaban en total abandono, aceptó volverse leproso como ellos.
El 2 de
febrero de 1859 viste el hábito con el nombre de Damián. A todos admira su
actividad: tan pronto arregla un tejado como cura la vaca del vecino, como...
¡estudia latín!
Se dio
cuenta de que su misión era ser misionero y ayudar a los más necesitados.
Escuchó hablar de Molokai “la isla maldita”, a donde llevaban a los enfermos de
lepra y pidió ir allí para cuidarles y atenderles.
El día
19 de marzo de 1865, pisaban tierra de Hawai. Dos meses después, José Damián
era ordenado sacerdote y cantaba su primera Misa en la catedral de Honolulu. A
continuación, enviado a una pequeña isla de Hawai. Las Primeras noches las pasó
debajo de una palmera, porque no tenía casa para vivir. Casi todos los
habitantes de la isla eran protestantes. Con la ayuda de unos pocos campesinos
católicos construyó una capilla con techo de paja; y allí empezó a celebrar y a
catequizar. Luego se dedicó con tanto cariño a todas las gentes, que los
protestantes se fueron pasando casi todos al catolicismo.
Cuidaba
a los enfermos, hizo iglesias, escuelas, casas, les ayudaba en la hora de la
muerte, hacía los ataúdes, abría las fosas, les enterraba y rezaba por ellos.
En el capítulo de las diversiones: carreras
de caballos, en las que participaba, un orfeón de primera que cantaba en la
iglesia, una banda de música, una especie de rondalla que hacía el pasacalle
los domingos y enganchaba bulliciosamente a todos los leprosos...
Médico,
constructor, carpintero, herrero, agricultor, jardinero, músico.... pero
siempre y sobre todo sacerdote de Cristo.
Sucedió
lo que era de esperar: Una tarde, de vuelta de una larga correría apostólica
por mar y montaña, se siente extenuado. Pide ayuda: un baño caliente para sus
pies. Cuidado, que el agua está muy caliente, le advierte la leprosa que se la
proporciona. Él, con precaución, toca el agua con la punta del pie y la
encuentra normal. Sumerge los pies y no nota nada, pero al punto se le llenan
de ampollas, completamente escaldados. La insensibilidad es un indicio claro de
lepra.
Y en
medio de su gente continuará trabajando hasta que le quede un hilo de energía.
Un año antes de su muerte reconstruía la iglesia de Santa Filomena, derribado
el campanario (1888) por un huracán.
En
noviembre de 1888, llegaron tres religiosas franciscanas de Siracusa, Estados
Unidos, para encargarse del hospital para niñas leprosas, una construcción más
del padre Damián. Al frente de ellas, la madre Mariana Cope, beatificada por
Benedicto XVI el 14 de mayo de 2005. Al enterarse el padre Damián de su llegada
exclamó: «Ahora ya puedo morir tranquilo. Mi tiempo ha pasado, pero mi obra
vivirá una vida más próspera que nunca».
El 15
de abril de 1889, entraba en la eternidad. Tenía 49 años, y 16 habían pasado
desde que se presentara a los leprosos de Molokai: «Permaneceré con vosotros
hasta la muerte. Mi vida será vuestra vida, mi pan será vuestro pan. Y si el
buen Dios lo quiere, quizá vuestra enfermedad será un día la mía». Dejaba aquel
«reino fétido de cadáveres vivientes» convertido en granja de recreo y jardín
perfumado con su santidad, que Dios quiso patentizar con un milagro inmediato:
al punto de morir desaparecieron las señales de la lepra y se secaron las
llagas de sus manos.
El
padre Damián es el patrón espiritual de los leprosos, de los enfermos de SIDA,
de los marginados y del Estado de Hawai.
Juan
Pablo II le beatificó el 4 de junio de 1995. Benedicto XVI lo canonizó el 11 de
octubre de 2009 en Roma. Su fiesta se celebra el 15 de abril.
Su restos mortales fueron trasladados en
1936 a Bélgica y reposan en la iglesia de la Congregación en Lovaina. Cuando en
1959 Hawai llegó a ser el estado número 50 de la Unión Americana, los
representantes del pueblo hawaiano escogieron a Damián para que su estatua les
representara en el Capitolio de Washington.
Una encuesta nacional en la que han
participado miles de belgas eligió, en diciembre de 2005, al padre Damián como
el belga más grande de su historia.
ACTIVIDADES