domingo, 25 de octubre de 2015

LAS ALMAS DEL PURGATORIO

LAS ALMAS DEL PURGATORIO

¿Qué son las Almas del Purgatorio? Son lo que vulgarmente llamamos “fantasmas”.
     ¿Qué es el Purgatorio? Cuando nos morimos, puede ocurrir una de las siguientes tres cosas: Vamos al Cielo directamente, vamos al Infierno (¡mal asunto!), o bien vamos al Purgatorio. El Purgatorio es un estado en el que se encuentra la persona que ha muerto en gracia de Dios pero que no está plenamente purificada, y donde se es purificado para disfrutar plenamente de la presencia de Dios. Se trata de una persona salvada que vive en el amor de Dios y la salvación, pero no de una manera plena, ya que ha de esperar ese encuentro hasta que esté preparado, es decir, cuando haya sido perfectamente purificado. Por tanto, tenemos que estar impecablemente limpios para entrar en el Cielo.

¿En qué consiste el Purgatorio?
     Básicamente, se trata de ver una y otra vez, como si de una película se tratase, ciertos pecados que hemos cometido (errores u omisiones) durante nuestra vida.
     El dolor y la humillación de verlos repetidamente nos provocará sufrimientos. Pensemos ahora en un ser querido que ha tenido que emigrar a otro continente y no tenemos medios actualmente para ir a verle. Esta persona sufre de no poder disfrutar de la presencia del ser querido, pero le ama y sabe que lo volverá a ver pasado un tiempo. Del mismo modo, la persona que está en el Purgatorio tiene la esperanza de que un día podrá estar con Dios, pero mientras se prepara para ese encuentro, sufre por no poder acompañarle.
    Todo aquél que entra en el Purgatorio terminará entrando al Cielo tarde o temprano, el purgatorio no es una forma del Infierno. Las plegarias a Dios por los muertos, la celebración de eucaristías y las indulgencias pueden acortar el tiempo de una o varias almas que estén en dicho estado.
 

 
¿Cómo evitar el Purgatorio?
     Siendo buen cristiano y buena persona y llevando el escapulario de la Virgen del Carmen. El Escapulario es un símbolo de la protección de la Madre de Dios a sus devotos y un signo de su consagración a María. Nos lo dio la Santísima Virgen. Se lo entregó al General de la Orden del Carmen, San Simón Stock, el 16 de julio de 1251, con estas palabras: «Toma este hábito, el que muera con él no padecerá el fuego eterno». La Virgen del Carmen sacará del Purgatorio el alma de la persona que lleve el escapulario puesto, el sábado siguiente de haber fallecido.

MUSEO DE LAS ALMAS DEL PURGATORIO
     Cientos de peregrinos visitan uno de los museos más insólitos que existen en Roma, el de las almas del purgatorio. Este museo se encuentra en la sacristía de una iglesia pequeña muy cerca del Vaticano. Misteriosas marcas en libros o prendas de vestir son, entre otros, los objetos que se exponen a la curiosidad de los visitantes.
     Reflejándose sobre las aguas del Tíber, al lado del Palacio de Justicia, junto al Vaticano, existe una iglesia llamada “la pequeña catedral de Milán”, porque su fachada es de estilo gótico, un estilo muy raro en Roma. En la iglesia del Sagrado Corazón del Sufragio, en Roma se conservan objetos que muestran extrañas marcas de fuego: éstas han sido definidas como «testimonios del más allá».
 
    Dentro de la iglesia hay algo que quizá sea único en el mundo: en un cuartito contiguo a la iglesia se puede adivinar lo que podríamos llamar «una colección de testimonios del más allá». Se trata de un conjunto de sábanas, hábitos, tablillas y páginas de libros encerrados en vitrinas de cristal, todos los cuales muestran signos impresionantes: cruces, huellas ennegrecidas de dedos y de manos.
    En 1897, el párroco de la iglesia del Sagrado Corazón del Sufragio, en Roma, inició una extraña colección: las huellas de fuego dejadas en páginas de libros, ropas o sábanas por almas que han regresado del más allá para «pedir el sufragio de oraciones».
 
La historia de este museo se remonta a 1893, cuando un religioso misionero de Marsella, el padre Vittore Jouet, que era un enamorado de las almas del Purgatorio, creó, a dos pasos del Vaticano, una pequeña capilla dedicada a las almas purgantes, esperando poder más tarde levantar un verdadero santuario.
El 15 de noviembre de 1897, la capilla se incendió durante una misa. Y a los fieles que abarrotaban la iglesia les pareció ver en medio de las llamas de la pared, a la izquierda del altar, un rostro humano retorciéndose de dolor. El hecho creó fuertes discusiones, y tuvo que intervenir la autoridad eclesiástica, que ni aprobó ni condenó la aparición. El trozo de pared quemada con la presunta imagen del alma del purgatorio con rostro humano forma parte hoy del museo.
 
   Jouet llegó a una conclusión de que quizá era un difunto que trataba de comunicarse con los vivos, probablemente un alma en pena, condenada a pasar un período más o menos largo en el purgatorio. El religioso se preguntó si en otros lugares se habrían registrado apariciones análogas, y comenzó a realizar investigaciones en ese sentido.
    Desde aquel momento, el padre Jouet, que creyó profundamente en la autenticidad de la aparición, no se concedió reposo, y empezó a recorrer media Europa para recoger testimonios, en conventos y casas particulares, de la presencia visible de las almas del purgatorio.
La búsqueda no resultó nada sencilla pero, al cabo de algunos años, el padre Jouet consiguió reunir muchos testimonios curiosos que parecían confirmar su hipótesis: en varios casos, almas que se encontraban en el purgatorio se habían manifestado a los vivos, pidiendo plegarias e intercesiones que apresuraran su llegada al paraíso.
 
     Era la noche del 21 de diciembre de 1838. José Stitz estaba leyendo un libro de oraciones cuando, de improviso, se estampó en una de las páginas la huella de una mano. El corazón de Stitz dio un brinco de temor, tanto más porque le pareció sentir una presencia insólita, una ráfaga de viento frío. Después, creyó escuchar una voz: reconoció la de su hermano, muerto hacía poco, que le suplicaba que hiciera rezar unas misas por su alma, para abreviar su estancia en el purgatorio. Stitz se sobresaltó; creyó que se había quedado dormido un momento, pero no era así: lo probaba la palma ennegrecida claramente visible en una página del libro. 
    Junto a este documento, se encuentra en la iglesia del Sagrado Corazón del Sufragio otro testimonio ultra terreno. Fue dejado, el 1 de noviembre de 1731, por el padre Panzini, abad de la ciudad italiana de Mantua. Su venida a este mundo para pedir la intercesión de los vivos se estampó sobre la túnica de la venerable madre Isabella Fornari, abadesa de las clarisas de Todi, con dos huellas, la segunda de las cuales quemó el hábito y la camisa de la religiosa. El padre Panzini dejó además otros «signos» en hojas de papel y en una mesilla de madera en la que hasta quedó impresa una cruz. 
    La lista podría continuar largamente, pero bastará con recordar aquí otra historia vinculada a una huella de fuego.
Se remonta a 1814. Una noche de ese año Margarita Demmerlé, de Metz (Francia), recibió la visita de la madre de su marido: «Soy tu suegra, muerta de parto hace treinta años –dijo la aparición–. Haz una peregrinación al santuario de Nuestra Señora de Marienthal por mí.» La nuera obedeció, y cuando hubo realizado la peregrinación, la difunta reapareció. Después de agradecerle su bondad le dijo que, finalmente, estaba a punto de ascender al paraíso y le dejó un «recuerdo»: una huella de fuego en el vestido que llevaba. 

Hay también un billete de diez liras que, al parecer, trajo del purgatorio un sacerdote difunto del monasterio de San Leonardo, en Montefalco, para que se dijeran misas por su alma. De estos billetes llegados de ultratumba, el sacerdote llegó a dejar hasta treinta.












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