Elcaná y Ana eran un matrimonio judío que
no podían tener hijos. Ana fue al Templo y rezó a Dios, llorando le pedía tener
un hijo y si Dios se lo concedía, ella se lo consagraría a Él.
El sacerdote Elí la escuchó y le dijo que
Dios le concedería aquello que le pedía. Y, efectivamente, Ana y Elcaná
tuvieron un hijo al que llamaron Samuel, que significa “mi nombre es Dios”.
Como le había prometido Ana a Dios, llevó
a Samuel al Templo, para que el sacerdote Elí le enseñara a servir a Dios y a
encontrarse con Él.
Una noche, mientras Samuel dormía, escuchó
una voz que le despertó, llamándole por su nombre. Samuel se levantó y fue a
ver para qué le llamaba el sacerdote Elí, pero Elí le dijo que no le había
llamado, que volviera a dormir. Samuel escuchó la llamada nuevamente y Elí le
respondió lo mismo que la vez anterior. Samuel escuchó que le volvían a llamar
y fue ante Elí, que comprendió que era Dios quien llamaba al niño y le dijo: “La
próxima vez que escuches la llamada, responde: “Habla, Señor, que tu siervo
escucha””.
Samuel volvió a la cama y cuando escuchó
que le llamaban por su nombre, respondió lo que le había dicho el sacerdote
Elí. Aquella fue la primera vez que Dios habló con Samuel, que al escuchar a
Dios y poder hacer su voluntad, fue feliz.
Samuel se convirtió en uno de los grandes
profetas de Dios. Recibía sus mensajes, hablaba en su nombre y enseñaba a las
personas a relacionarse con Él y cómo obedecerle. También fue uno de los jueces
de Israel y nombró reyes a Saúl y a David.
ACTIVIDADES
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¿Qué son las Almas del
Purgatorio? Son lo que vulgarmente llamamos “fantasmas”.
¿Qué es el Purgatorio? Cuando nos morimos,
puede ocurrir una de las siguientes tres cosas: Vamos al Cielo directamente,
vamos al Infierno (¡mal asunto!), o bien vamos al Purgatorio. El Purgatorio es
un estado en el que se encuentra la persona que ha muerto en gracia de Dios
pero que no está plenamente purificada, y donde se es purificado para disfrutar
plenamente de la presencia de Dios. Se trata de una persona salvada que vive en
el amor de Dios y la salvación, pero no de una manera plena, ya que ha de
esperar ese encuentro hasta que esté preparado, es decir, cuando haya sido
perfectamente purificado. Por tanto, tenemos que estar impecablemente limpios
para entrar en el Cielo.
¿En qué
consiste el Purgatorio?
Básicamente, se trata de ver una y otra
vez, como si de una película se tratase, ciertos pecados que hemos cometido
(errores u omisiones) durante nuestra vida.
El dolor y la humillación de verlos
repetidamente nos provocará sufrimientos. Pensemos ahora en un ser querido que
ha tenido que emigrar a otro continente y no tenemos medios actualmente para ir
a verle. Esta persona sufre de no poder disfrutar de la presencia del ser
querido, pero le ama y sabe que lo volverá a ver pasado un tiempo. Del mismo
modo, la persona que está en el Purgatorio tiene la esperanza de que un día
podrá estar con Dios, pero mientras se prepara para ese encuentro, sufre por no
poder acompañarle.
Todo
aquél que entra en el Purgatorio terminará entrando al Cielo tarde o temprano, el purgatorio no es una
forma del Infierno. Las plegarias a Dios por los muertos, la celebración
de eucaristías y las indulgencias pueden acortar el tiempo de
una o varias almas que estén en dicho estado.
¿Cómo
evitar el Purgatorio?
Siendo buen cristiano y buena persona y
llevando el escapulario de la Virgen del Carmen. El Escapulario
es un símbolo de la protección de la Madre de Dios a sus devotos y un signo de
su consagración a María. Nos lo dio la Santísima Virgen. Se lo entregó al
General de la Orden del Carmen, San Simón Stock, el 16 de julio de 1251, con
estas palabras: «Toma este hábito, el que muera con él no padecerá el fuego
eterno». La Virgen del Carmen sacará del Purgatorio el alma de la persona que
lleve el escapulario puesto, el sábado siguiente de haber fallecido.
MUSEO DE LAS
ALMAS DEL PURGATORIO
Cientos de peregrinos visitan uno de los
museos más insólitos que existen en Roma, el de las almas del purgatorio. Este
museo se encuentra en la sacristía de una iglesia pequeña muy cerca del
Vaticano. Misteriosas marcas en libros o prendas de vestir son, entre otros,
los objetos que se exponen a la curiosidad de los visitantes.
Reflejándose sobre las aguas del Tíber, al
lado del Palacio de Justicia, junto al Vaticano, existe una iglesia llamada “la
pequeña catedral de Milán”, porque su fachada es de estilo gótico, un estilo
muy raro en Roma. En la iglesia del Sagrado Corazón del Sufragio, en Roma se
conservan objetos que muestran extrañas marcas de fuego: éstas han sido
definidas como «testimonios del más allá».
Dentro de la iglesia hay algo que quizá sea
único en el mundo: en un cuartito contiguo a la iglesia se puede adivinar lo
que podríamos llamar «una colección de testimonios del más allá». Se trata de
un conjunto de sábanas, hábitos, tablillas y páginas de libros encerrados en
vitrinas de cristal, todos los cuales muestran signos impresionantes: cruces,
huellas ennegrecidas de dedos y de manos.
En 1897, el párroco de la iglesia del
Sagrado Corazón del Sufragio, en Roma, inició una extraña colección: las
huellas de fuego dejadas en páginas de libros, ropas o sábanas por almas que
han regresado del más allá para «pedir el sufragio de oraciones».
La historia de este
museo se remonta a 1893, cuando un religioso misionero de Marsella, el padre
Vittore Jouet, que era un enamorado de las almas del Purgatorio, creó, a dos
pasos del Vaticano, una pequeña capilla dedicada a las almas purgantes,
esperando poder más tarde levantar un verdadero santuario.
El 15 de noviembre de 1897, la capilla se incendió durante una misa. Y a los
fieles que abarrotaban la iglesia les pareció ver en medio de las llamas de la
pared, a la izquierda del altar, un rostro humano retorciéndose de dolor. El
hecho creó fuertes discusiones, y tuvo que intervenir la autoridad
eclesiástica, que ni aprobó ni condenó la aparición. El trozo de pared quemada
con la presunta imagen del alma del purgatorio con rostro humano forma parte
hoy del museo.
Jouet llegó a una conclusión de que quizá
era un difunto que trataba de comunicarse con los vivos, probablemente un alma
en pena, condenada a pasar un período más o menos largo en el purgatorio. El
religioso se preguntó si en otros lugares se habrían registrado apariciones
análogas, y comenzó a realizar investigaciones en ese sentido.
Desde aquel momento, el padre Jouet, que
creyó profundamente en la autenticidad de la aparición, no se concedió reposo,
y empezó a recorrer media Europa para recoger testimonios, en conventos y casas
particulares, de la presencia visible de las almas del purgatorio.
La búsqueda no resultó nada sencilla pero, al cabo de algunos años, el padre
Jouet consiguió reunir muchos testimonios curiosos que parecían confirmar su
hipótesis: en varios casos, almas que se encontraban en el purgatorio se habían
manifestado a los vivos, pidiendo plegarias e intercesiones que apresuraran su
llegada al paraíso.
Era la noche del 21 de
diciembre de 1838. José Stitz estaba leyendo un libro de oraciones cuando, de
improviso, se estampó en una de las páginas la huella de una mano. El corazón
de Stitz dio un brinco de temor, tanto más porque le pareció sentir una
presencia insólita, una ráfaga de viento frío. Después, creyó escuchar una voz:
reconoció la de su hermano, muerto hacía poco, que le suplicaba que hiciera
rezar unas misas por su alma, para abreviar su estancia en el purgatorio. Stitz
se sobresaltó; creyó que se había quedado dormido un momento, pero no era así:
lo probaba la palma ennegrecida claramente visible en una página del libro.
Junto a este documento, se encuentra en la iglesia
del Sagrado Corazón del Sufragio otro testimonio ultra terreno. Fue dejado, el
1 de noviembre de 1731, por el padre Panzini, abad de la ciudad italiana de
Mantua. Su venida a este mundo para pedir la intercesión de los vivos se
estampó sobre la túnica de la venerable madre Isabella Fornari, abadesa de las
clarisas de Todi, con dos huellas, la segunda de las cuales quemó el hábito y
la camisa de la religiosa. El padre Panzini dejó además otros «signos» en hojas
de papel y en una mesilla de madera en la que hasta quedó impresa una cruz.
La lista podría continuar largamente, pero bastará con recordar aquí otra historia vinculada a una huella de fuego. Se remonta a 1814. Una noche de ese año Margarita Demmerlé, de Metz (Francia), recibió la visita de la madre de su marido: «Soy tu suegra, muerta de parto hace treinta años –dijo la aparición–. Haz una peregrinación al santuario de Nuestra Señora de Marienthal por mí.» La nuera obedeció, y cuando hubo realizado la peregrinación, la difunta reapareció. Después de agradecerle su bondad le dijo que, finalmente, estaba a punto de ascender al paraíso y le dejó un «recuerdo»: una huella de fuego en el vestido que llevaba.
Hay también un billete de diez liras que, al parecer, trajo del purgatorio un sacerdote difunto del monasterio de San Leonardo, en Montefalco, para que se dijeran misas por su alma. De estos billetes llegados de ultratumba, el sacerdote llegó a dejar hasta treinta.
El Día de Todos los
Santos se celebran a todos los millones de personas
que han llegado al cielo, aunque sean desconocidos para nosotros. Santo es
aquel que ha llegado al cielo, algunos han sido canonizados y son por esto
propuestos por la Iglesia como ejemplos de vida cristiana.
UN POCO DE HISTORIA:
La comunidad cristiana veneraba a sus
mártires, que celebraban su memoria el día del martirio con una celebración de
la Eucaristía. Se reunían en el lugar donde estaban sus tumbas, haciendo
patente la relación que existe entre el sacrificio de Cristo y el de los
mártires.
La Iglesia Primitiva
acostumbraba celebrar el aniversario de la muerte de un mártir en el lugar del martirio.
Frecuentemente los grupos de mártires morían el mismo día, lo cual condujo
naturalmente a una celebración común. En la persecución
de Diocleciano el número de mártires llego a ser tan grande que no
se podía separar un día para asignársela. Pero la Iglesia, sintiendo que cada
mártir debería ser venerado, señalo un día en común para todos.
Cuando cesaron las
persecuciones, se unió a la memoria de los mártires el culto de otros
cristianos que habían dado testimonio de Cristo con un amor admirable sin
llegar al martirio, es decir, los santos confesores. Los santos que no habían
alcanzado el martirio corporal, pero sí confesaron su fe ante los perseguidores
y cumplieron condenas de cárcel por Cristo.
Más adelante, aumentaron el santoral con
los mártires de corazón. Estas personas llevaban una vida virtuosa que daba
testimonio de su amor a Cristo. Tiempo después, se incluyó en la santidad a las
mujeres consagradas a Cristo.
Antes del siglo X, el obispo local era quien determinaba la autenticidad del
santo y su culto público. Luego se hizo necesaria la intervención de los Sumos
Pontífices, quienes fueron estableciendo una serie de reglas precisas para
poder llevar a cabo un proceso de canonización, con el propósito de evitar
errores y exageraciones.
El Día de Todos los
Santos es una oportunidad que la Iglesia nos da para recordar que Dios nos ha
llamado a todos a la santidad. Que ser santo no es tener una aureola en la
cabeza y hacer milagros, sino simplemente hacer las cosas ordinarias extraordinariamente
bien, con amor y por amor a Dios. Que debemos luchar todos para conseguirla,
estando conscientes de que se nos van a presentar algunos obstáculos como
nuestra pasión dominante; el desánimo; el agobio del trabajo; el pesimismo; la
rutina y las omisiones.
La comunión de los
santos, significa que ellos participan activamente en la vida de la Iglesia,
por el testimonio de sus vidas, por la transmisión de sus escritos y por su
oración. Contemplan a Dios, lo alaban y no dejan de cuidar de aquellos que han
quedado en la tierra. La intercesión de los santos significa que ellos, al
estar íntimamente unidos con Cristo, pueden interceder por nosotros ante el
Padre.
En España toda la vida se ha celebrado acudiendo a ver D. Juan
Tenorio, encendiendo una vela a las almas del purgatorio (o almas benditas),
comiendo huesos de santo y buñuelos de viento rellenos de diferentes cremas,
visitando el cementerio y adecentando lápidas, después de ir a misa, recordando
a nuestros familiares perdidos y rezando por ellos.
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